Revista Actual

El último placer del escritor Alejandro Ariceaga Rivero



 Por Alejandro Ariceaga González

Esta remembranza aloja recuerdos de “espíritus”, habitantes en el alcohol, devoradores de carencias. Emociones pasadas y presentes, placeres y perversiones en donde cada trago libera miles de engaños y remordimientos; alimentando a esos espíritus, compañeros eternos de nosotros.


Oigo una voz que me transporta a algún bar, y, le miro con una botella, un cigarro y un bolígrafo. ¿Qué más necesitó?; siempre fue aliado de la palabra y el sentir coloquial. Creció en las vecindades y vivió en las calles. Genio e intrépido de las letras toluqueñas, un ícono entre los escritores. Su palabra refleja la suculencia del vivir.


Nació a finales de los 40´s por el mes de mayo en la ciudad de Toluca, cuando ésta era aun un “pueblo grande”. Desde pequeño mostró vocación para la exuberancia a pesar de la carencia de recursos; pero es en la adolescencia cuando sus pasos estuvieron llenos de libertad y letras, sin imposiciones sociales y dejando que su discurso se desbordara en un caudal de sentimientos y percepciones; constituyéndose como un claro ejemplo de que la perspicacia existe, sin márgenes de clases o estudios académicos (tal vez la sutileza de un buen escritor reside en tomar las cosas de la manera más sencilla posible incorporándolas a la personalidad propia).


Siempre libre, construyó su propia escritura y configuró las proporciones de su juicio sin necesidad de permanecer en esos claustros llamados escuelas. Autodidacta cuya pasión se centró en los placeres de la lectura y la vida. Visionario que entendió que la ciudad necesita todo tipo de artistas. Trabajador que supo construirse - gracias a su astucia política -, un espacio para engendrar su obrar. Ejemplo para muchos, suertudo para otros.

Cómo olvidar la personalidad de un hombre repleto de experiencias?, ¿cómo no verlo si brilló en el centro de Toluca? Siempre con algo que contar: cuentos y narraciones surgidos de lo más íntimo de su ser. Siempre alguien en sus labios: aquellas personas del barrio y de las calles, aquellas que raras veces entran en las élites, personas sobreviviendo con el pesar de México. ¿Él? Siempre tocando puertas, hurgando en espacios que se desbordaban en los excesos; compartió con “ellos” y trasgredió juicios morales y ataduras espirituales.

Mi padre fue un hombre digno de la soledad que lo poseía, la cual amortajó en todos sus textos; un alma en vías de lo inconmensurable, que habló de sensualidad a la muerte

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