Revista Actual

Los Mártires de Toluca

Por Alberto Vieyra Gómez

Si bien la junta gubernativa de Zitácuaro, encabezada por Ignacio López Rayón, y los insurgentes José María Liceaga y José Sixto Verduzco, pudo hacer poco en el terreno jurídico, se convirtió en un poderoso elemento distractivo para el ejército virreinal, porque el virrey Francisco Javier Venegas, le daría mayor importancia a dicha junta, que al generalísimo José María Teclo Morelos Pérez y Pavón, que se agigantaba en popularidad y prestigio militar, a pesar de que el heredero del poder insurgente, era el ex secretario particular del cura Hidalgo, de quien Calleja creía que tenía más simpatía, popularidad y arrastre, que el cura.

Así que Venegas, concentró en Toluca, toda la artillería pesada del ejército realista, para no dar cuartel a Ignacio López Rayón. En agosto y septiembre de 1811, el chacalillo español Rosendo Porlier recibe órdenes de fortificar el sitio del Dios Tolo, y hacer frente a las gavillas que merodeaban por los rumbos de Tenango y Tenancingo, y tenían órdenes directas de Morelos y Rayón, de asediar a Toluca, que había sido siempre un objetivo militar y político.

Hasta Tenango había llegado la indiada de unos 20 pueblos, en lo que dieron llamar la gran reunión, comandada por el jefe guerrillero insurgente Juan Canseco, y según se desprende de un parte militar de Porlier, los guerrilleros indígenas se posesionaron del cerro de Tenango, por lo que creyó que la noche del 21 de septiembre, los dejaría en paz y en la madrugada del 22, los tomaría por sorpresa para aniquilarlos. Pero mayúsculo sería su asombro, al llegar al cerro y ver que no había ni un alma.

Se trató solamente de un elemento distractivo, para hacer que Porlier quedara en ridículo y enseñara el cobre. Y lo enseñó. Aunque él en su parte militar dice que se batió con los rebeldes insurgentes, quienes tuvieron que huir despavoridos rumbo a la tierra caliente, al no resistir su furia.

Después de esa ridícula acción, Porlier echó la panza al sol en Tenango. A creer que los rebeldes habían huido o se los había tragado la tierra, decidió descansar. Veinte días después, las fuerzas de José María Oviedo, reforzadas por muchas otras milicias guerrilleras indígenas, se agolparon sobre el lomerío de Toluca, amenazando peligrosamente a Porlier y a la opulenta sociedad aristócrata española, asentada en el Valle de Toluca.


¿Qué ocurrió, pues? ¿No que los insurgentes habían huido despavoridos hacia el sur? ¿Será que venían camino a Toluca y sólo se dejaron ver en Tenancingo y Tenango, por mera estrategia militar, para que el jefe realista se tragara el anzuelo, y descubriera la plaza, que era el objetivo insurgente?

De una cosa se puede estar seguro: en el asedio a Toluca, los rebeldes insurgentes estuvieron comandados por José María Oviedo, y sus lugartenientes Cristóbal Cruz, Juan Canseco, y el cura Fray Pedro de Orcillés, porque así lo consigna en su parte militar, el sanguinario Porlier, y agrega que también entre los jefes guerrilleros figuraban Albarrán, Montes de Oca, Rosales, Garduño, Carmonal y varios frailes que se habían dado de alta en el Ejército Insurgente, ante el mismísimo Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte Villaseñor, durante su paso por Toluca.

El virrey Francisco Javier Venegas y Porlier, sabían que si caía Toluca, el gobierno virreinal, tendría cerrados todos los caminos hacia Zitácuaro y el objetivo seguía siendo la junta gubernativa, encabezada por López Rayón. Así que Porlier ahora sí tuvo que trabajar.

Aunque en un principio, los insurgentes ocuparon todos los cerros, desde Huitzila, hasta San Luis y Coatepec, la mayoría de ellos se concentraron en El Calvario, para dejar abierta la salida hacia el sur. Según dice el hablantín Porlier, días antes, había tenido que repeler algunos golpes aislados de los insurgentes en el Cerro de Coatepec, lindero con la Teresona.

El parte militar de Porlier, que es el único documento con el que se cuenta, sobre la histórica batalla de El Calvario, sin lugar a dudas, es un documento, en el cual el militar rendía culto a las balandronadas, pues asegura que el capitán de la cueva, avanzó sobre 5 mil combatientes, derrotándolos en sólo tres minutos. Sólo le faltó decir que con cada tiro mataba alineados a una docena de insurgentes.

No hace falta plegarse a las mentiras de Porlier, baste imaginar que los insurgentes atacaron con toda la furia y que estuvieron a punto de derrotar a Porlier, que tenía parapetados en la plaza a más de mil hombres, con cañones y rifles capaces de soltar hasta tres tiros por minuto, y con un alcance de hasta 300 metros.


En el cerro del El Calvario, la batalla fue encarnizada y feroz. Salió a relucir el odio y el morboso deseo de venganza contra el jefe realista, y este, contra la indiada.

Porlier era un comandante español de carrera, no faltan quienes sostienen que fue graduado en Saint Cyr y que tomó parte en la guerra española contra Napoleón, pero, en México se distinguió por su ferocidad sanguinaria, igual que la mayoría de los jefes realistas.

Junto con Calleja, Agustín de Iturbide y Arámburo, José Gabriel de Armijo y otros, Porlier pasa a la historia dentro de los redomados pícaros colonialistas.

Por desgracia, existe muy poca información sobre la batalla de El Calvario, sólo se asegura que terminó el 24 o 25 de octubre y como Porlier, en su parte militar dice que duró seis días, lógico es pensar que comenzó el 18 o 19 de octubre. José María Oviedo, al presentir la derrota, levantaría el campo y se retiraría con sus fuerzas, rumbo a la tierra caliente. Desgraciadamente, durante la batalla de El Calvario, caerían prisioneros un centenar de indígenas. Las bajas del ejército realista habrían sido cuantiosas. El jefe gachupín estaba rabioso. Una chusma de indígenas otomíes, tlahuicas y mazahuas, desnudos, lo mantuvieron en jaque y a punto de la derrota durante seis días, según él.

A los prisioneros, los encadenó y descalzos los haría desfilar por las principales calles del centro de Toluca, una de ellas, infamemente bautizada como la Calle de las víctimas.

Con 100 indígenas en su poder, Porlier convertiría a Toluca en una carnicería humana pública. De esta carnicería nada habla Porlier en sus partes militares. Los historiadores Miguel Salinas, Lucas Alamán –que odiaba con odio jarocho al cura Hidalgo- y don Carlos María de Bustamante, se acordaron de la batalla de El Calvario, y sólo dedicaron una parrafada a tan infame acontecimiento. Se limitan a decir que con lujo de saña, Porlier victimó en público a sus prisioneros, sin formación de causa y pese a las súplicas de la población, que en contra, le habían hecho, sobre todo, connotados personajes de la burguesía.


El 26 de octubre de 1811, Porlier ejecutó con toda sangre fría, la acción que lo distinguirá siempre en la historia, como un buitre, como un verdadero defensor de los intereses colonialistas y como un macabro chacal. Fusiló de cinco en cinco a un centenar de indígenas, utilizando como paredón, la parte trasera del Templo de la Santa Veracruz.

Don Miguel Salinas dice que: “según lo consignado por Alamán, y lo que oí relatar en mi niñez, las víctimas fueron formadas en la calle principal de Toluca, es decir, en el lado meridional de la Plaza, desde la esquina del actual mercado Juárez, hasta la Iglesia de la Veracruz. El tramo es bastante amplio y creo que sí hayan cabido los prisioneros destinados al fusilamiento; para efectuar esto, casi siempre se busca un sitio que tenga alguna pared detrás de los reos, y aquí el ángulo cerrado de la Plaza, quedaba muy a propósito y bastante cercano de la fila de prisioneros. En los relatos que yo escuché, se hablaba de que fueron quintados, y esto quizás, hizo concebir esperanzas a los 80 individuos que quedaron después de quintados y fusilados los primeros. Pero se vio con espanto, que se efectuaba una segunda quinta y luego una tercera, y luego una cuarta, y después la última. Dada la ingénita crueldad de Porlier, este pormenor de aumentar la última ejecución, se cuenta que dio un brutal puntapié en las posaderas del último indio, lo arrojó lejos de sí y le dijo: `Anda infeliz, ve a contar a tus compañeros lo que acabas de ver´”. Y lo que hoy se ve en ese sitio del centro histórico de Toluca, es la Plaza de los Mártires.

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